La Forja del Cielo



En lo profundo del firmamento vagaban dos fuerzas antiguas.

Aries, el carnero de fuego, avanzaba con ímpetu indomable. Encendiendo la vida a cada paso, abriendo senderos, proclamando comienzos. Su llama ardía demasiado, aunque rápido, y todo aquello que encendía pronto se consumía.

Saturno, el anciano de los anillos, caminaba lento y solemne. Era guardián del tiempo, señor de los límites. Con su mirada de piedra medía el ritmo del cosmos, pero su rigor podía volverse tan severo que helaba la danza de la existencia.

Durante eras enteras se evitaron, como si cada uno desconfiara del otro.

Hasta que un eclipse cósmico los hizo encontrarse.

El fuego de Aries embistió contra el hierro de Saturno y el cielo tembló con un rugido doble:

—“¡Déjame arder, Saturno! Mi impulso es el creador de vida, no debe enfriarse jamás” —gritó Aries.

Saturno respondió con voz grave:

—“Aries, sin límites ni paciencia, tu fuego se extinguirá sin dejar huella.”

Fue entonces cuando sus miradas se cruzaron, una lluvia cósmica liberó el gran torbellino estelar.

Y un rayo crujió atravesando el cielo, en el silencio posterior resonó un pensamiento que hizo eco en ambos:


 “El fuego sin tiempo se consume.

El tiempo sin fuego se enfría.

Solo juntos en eclipse crean la obra eterna.”


El universo habló sin palabras y ambos comprendieron.


Ni el fuego podía arder eternamente solo, ni el tiempo podía sostener la creación sin la chispa divina.

Su pacto sería un hecho singular e infinito.

En ese instante, la colisión se volvió alianza.

El fuego se volvió llama templada, el hierro se volvió espejo brillante.

De su amistad se forjó una espada cósmica, hecha de una amalgama única e indestructible: el ardor de las estrellas y la paciencia de los siglos.

No era un arma para destruir, sino el símbolo de la sinergia y la templanza.

Con ella se cortaban cadenas invisibles, se derribaban muros interiores, y se forjaban puentes entre mundos.

Desde entonces, cada vez que Marte y Saturno se alinean en el cielo, los sabios recuerdan la lección de aquel eclipse:


“El poder es fuego efímero cuando está solo,

Con la fuerza y constancia que abraza el tiempo

se vuelve creación eterna.“



Reflexiones:


El mito puede también ser leído como alegoría de la vida misma:

  • Aries representa el impulso vital, la pasión, la juventud.

  • Saturno representa la estructura, la paciencia, la vejez.

    El eclipse simboliza ese momento de coincidentia oppositorum, donde opuestos se encuentran y se revelan como complementarios.

El mensaje: la vida solo alcanza su plenitud cuando el fuego del alma aprende a templarse con la sabiduría del tiempo.


“Ignis aeternus, Tempus infinitum.”

(El fuego eterno, el tiempo infinito).


Texto e Ilustración por Lisow 

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